miércoles, 22 de febrero de 2012

¿Qué lees?

Le di la espalda y seguí leyendo, hasta que una punzada de dolor purísimo, una muerte abreviada y auténtica, me golpeó en el centro del pecho, y para soportarla me doblé hacia delante, y seguí leyendo, me seguí muriendo de aquella muerte seca que me mataba desde hacía ya tiempo, y celebré cada zarpazo como una caricia, cada dentellada como un beso, cada herida como un triunfo, y seguí leyendo, y la boca se me llenó de un sabor tan amargo que espantó a mi propia lengua, el aliento atroz de lo podrido corroyendo mis dientes, royendo mis encías, descomponiendo mi carne, habría jurado que no estaba llorando aunque mi piel quemaba, y seguí leyendo.

-Pobre amor mío- me oí murmurar, mi voz enferma, mis labios desgarrados, mi alma agonizando, evaporándose casi-, si solo tenías veinte años. Tú, que te creías tan mayor, y al final te engañaron como a un chino...

No hay comentarios: